domingo, 21 de junio de 2009

PERÍODO CLÁSICO


Desde la mitad del siglo VI a.C., la emergencia de Persia con la dinastía Aqueménida constituyó una seria amenaza para la estabilidad, expansión y prosperidad del mundo helénico. A partir del 546 a.C., año en que Ciro II el Grande derrotó a Creso, rey de Lidia, los persas atacaron las ciudades jonias y sometieron toda la Grecia asiática y las islas costeras, a excepción de la isla de Samos.

Las Guerras Médicas

En las llamadas Guerras Médicas, desarrolladas en el siglo V a.C., las ciudades griegas lucharon unidas contra el enemigo común que constituía el Imperio persa. En el 499 a.C., los jonios, liderados por el tirano de Mileto, Aristágoras, y ayudados por Atenas y la ciudad eubea de Eretria, se sublevaron contra Persia. Aunque la rebelión de Jonia triunfó en un primer momento, finalmente fue derrotada en el 494 a.C. por Darío I el Grande, quien saqueó Mileto y restableció su control absoluto sobre la región. En el 490 a.C., el rey persa envió una gran expedición para castigar a los atenienses por su participación en el levantamiento, pero sus ejércitos fueron vencidos el 13 de septiembre de ese año en la batalla de Maratón por las fuerzas griegas, que comandó el general ateniense Milcíades el Joven.

Atenas, siguiendo la estrategia de su dirigente Temístocles, decidió emplear la riqueza de la ciudad en construir una poderosa flota de trirremes y en desarrollar el puerto de El Pireo. Pero la amenaza persistía y los ataques persas fueron reanudados por el hijo de Darío I, Jerjes I, el cual, en el 480 a.C., marchó con sus ejércitos sobre Tracia, Tesalia y Lócrida. Los persas se vieron detenidos momentáneamente en el paso de las Termópilas, defendido por el soberano espartano Leónidas I; el sacrificio de este (murió junto a sus 300 hombres) otorgó un valioso tiempo a los griegos, que pudieron reorganizar sus fuerzas. Aunque Jerjes I reanudó la marcha, continuando hacia el Ática y quemando Atenas, que había sido abandonada, su flota sufrió una grave derrota en la batalla de Salamina (29 de septiembre del 480 a.C.) ante los barcos de guerra griegos comandados por Temístocles y por el espartano Euribíades. Jerjes I se retiró a Asia Menor y dejó a Mardonio al mando de las tropas persas que permanecieron en Grecia. Este fue vencido y muerto en la batalla de Platea (479 a.C.) por las fuerzas griegas, al frente de las cuales estuvieron el general espartano Pausanias y el ateniense Arístides el Justo.

La última tentativa persa contra Grecia resultó igualmente fallida, al ser desbaratada cerca del río Eurimedonte (ahora Köprü, en Turquía), por el general ateniense Cimón en el 468 a.C. En el 449 a.C., se acordó la que fue denominada Paz de Calias, así llamada por el nombre del político ateniense que la promovió y negoció con el soberano persa Artajerjes I. Finalizaban así las Guerras Médicas; Persia dejaba de representar una amenaza para los griegos al renunciar a sus pretensiones en el mar Egeo, mientras que Atenas, que quedaba como potencia hegemónica en este espacio geográfico, se comprometía a no inmiscuirse en los territorios persas de Asia Menor, Chipre o Egipto.

Apogeo y hegemonía de Atenas

Vencedora indiscutible de Persia, la ciudad-estado de Atenas obtuvo un inmenso prestigio como consecuencia de las Guerras Médicas y se convirtió en la entidad más determinante del ámbito egeo. La batalla de Salamina había demostrado la vital importancia de las fuerzas navales; el ejército de Esparta, hasta entonces la principal potencia militar de Grecia, perdió su supremacía ante el creciente empuje de la flota ateniense.

En el 478 a.C., un gran número de ciudades griegas se habían unido en torno a la Confederación o Liga de Delos, alianza militar destinada a constituir una estructura de solidaridad mutua permanente frente a futuros ataques persas. Su base radicaba en la isla de Delos y sus miembros (llegaron a ser más de 200) contribuían, en proporción a sus recursos, con un determinado número de embarcaciones y hombres. Pero poco a poco, los integrantes de la Liga de Delos fueron sustituyendo tales aportaciones materiales y humanas por pagos económicos. Estos adquirieron prácticamente la esencia de un tributo a Atenas, de modo que, lo surgido como iniciativa entre iguales degeneró en cierta suerte de ‘imperialismo’ generador de relaciones de ‘vasallaje’ hacia Atenas, que consolidó su poder en torno a ellas. En el 454 a.C., el tesoro de la Liga fue trasladado desde el templo de Apolo en Delos a Atenas, que dio carácter de obligatoriedad tanto a la pertenencia a la confederación como al pago de tributos.

Se abrió entonces un periodo de pleno dominio político, cultural y artístico de Atenas, que alcanzó su momento álgido con Pericles, quien, desde su cargo de estratega (magistratura para la que fue elegido cada año por los atenienses desde el 443 a.C.), reforzó las instituciones democráticas de una ciudad que, gracias al flujo tributario de la Liga, fue embellecida y dotada de nuevos monumentos (la mayor parte de los edificios de la Acrópolis data de esta época). El siglo V a.C., el así llamado Siglo de Pericles, supuso también la Edad de Oro de Atenas en los marcos cultural y artístico (con autores como Esquilo, Sófocles y Eurípides; filósofos como Sócrates y Platón; historiadores como Tucídides y Heródoto, y escultores como Fidias) y económico (El Pireo pasó a ser el núcleo clave del comercio mediterráneo).

La guerra del Peloponeso y el dominio de Esparta

Sin embargo, la política hegemónica de Atenas devino finalmente en su propio perjuicio. Como ya se ha referido, la Liga de Delos, fundacionalmente una confederación de aliados, terminó por forjar un imperio ateniense no igualitario en el que las ciudades que decidían separarse o rebelarse contra él eran duramente castigadas; así les sucedió a Naxos (470 a.C.), Thásos (465 a.C.), Beocia (447 a.C.), Megara (446 a.C.), Eubea (445 a.C.) y Samos (439 a.C.). Esparta, celosa de la prosperidad de Atenas y deseosa de recobrar su prestigio, supo sacar provecho de la situación. Dado que, a su vez, lideraba una confederación formada por ciudades del Peloponeso en el 550 a.C., Esparta disponía de los medios para enfrentarse a Atenas. Sin embargo, la guerra se retrasó como consecuencia de la firma de una tregua de treinta años firmada en el 446 a.C. Las hostilidades se desataron en el 431 a.C., y el pretexto fue el apoyo prestado por Atenas a Corcyra (hoy Corfú) durante la disputa que esta mantenía con Corinto, aliada de Esparta. La que fue conocida como guerra del Peloponeso enfrentó a ambas confederaciones hasta el 404 a.C. y finalizó con la capitulación de Atenas y la rendición de su flota, lo que otorgó la supremacía a Esparta.

Finalizada la guerra, Esparta favoreció al partido aristocrático ateniense, lo que se tradujo en la instauración del denominado gobierno de los Treinta Tiranos, en Atenas, y de otros similares en diversas ciudades griegas. El dominio espartano sobre el mundo helénico se reveló pronto más severo y opresivo que lo fuera el ateniense. En el 403 a.C., Atenas, liderada por Trasíbulo, expulsó de la ciudad a la guarnición espartana que sostenía a la oligarquía, y la democracia y la independencia fueron restauradas. Esparta se vio igualmente desafiada por otras ciudades griegas que se rebelaron regularmente contra su hegemonía.

Luchas por la hegemonía

En torno al año 400 a.C., tropas espartanas se desplazaron a Asia Menor, donde Persia había iniciado acciones beligerantes. Pese a que la contraofensiva obtuvo éxito, las tropas espartanas de Agesilao II se vieron obligadas a regresar en el 395 a.C. para hacer frente a las hostilidades abiertas por una coalición integrada por Argos, Atenas, Corinto y Tebas. Se iniciaron así las Guerras Corintias, algunos de cuyos momentos de mayor trascendencia fueron la victoria de la flota aliada, dirigida por el ateniense Conón, sobre la espartana en la batalla de Cnido (394 a.C.); la derrota de atenienses y tebanos en la batalla de Coronea (librada también en el 394 a.C.); y la Paz de Antálcidas (386 a.C.). Esta última toma su nombre del lacedemonio Antálcidas, quien logró el triunfo en las batallas del Helesponto, como consecuencia de lo cual los atenienses fueron expulsados del mar Egeo. Previamente, Antálcidas había logrado el apoyo de Persia gracias a una serie de acuerdos con Artajerjes II que garantizaron la supremacía persa sobre las ciudades griegas de Asia Menor y la autonomía de las ciudades-estado de Grecia.

Pese a la paz acordada, Esparta invadió Tebas en el 382 a.C. y estableció un régimen oligárquico. Dirigidos por el general Pelópidas y apoyados por Atenas, los tebanos se rebelaron en el 379 a.C., consiguiendo expulsar a los espartanos y restablecer la democracia. La guerra entre Esparta y la alianza Atenas-Tebas se prolongaría hasta el decisivo desenlace de la batalla de Leuctra (371 a.C.), una rotunda victoria del general tebano Epaminondas que marcó, por un lado, el fin del dominio de Esparta y la decadencia de su fuerza militar, y, por otro, el inicio de un periodo de supremacía de Tebas. Atenas no aceptó desde luego someterse a la nueva situación y, en el 369 a.C., se alió con su antigua enemiga, Esparta. La batalla de Mantinea (362 a.C.), en cuyo transcurso murió Epaminondas, marcó el fin de la efímera hegemonía tebana.

No hay comentarios:

Publicar un comentario